"La Iglesia condenó por superstición a quienes creían en [la existencia de la brujería], al tiempo que empezó a construir la imagen del hereje a la que más tarde incorporó al brujo que iba a perseguir: los brujos y brujas adoradores de Satanás, caracterizados por 1) el vuelo nocturno; 2) el pacto con el diablo; 3) la renegación formal del Cristianismo; 4) la asamblea nocturna secreta (que, antes de ser llamada «sabbat» era designada con otro término antijudío, «sinagoga»); 5) la profanación de la Eucaristía; 6) la orgía; 7) el infanticidio sacrificial; y 8) el canibalismo. En nombre de esta imagen, se realizó la caza de brujas europea.
Cuando el mito se rompió, la brujería pasó a ser un monstruoso invento de las autoridades eclesiásticas, reforzador por las confesiones que la tortura provocaba. Sería el siglo XIX el que reivindica la existencia real del brujo, o mejor, de la bruja, esta vez como rebelde social, o como sacerdotisa de una vieja religión pre-cristiana. [...] Lo importante es la disposición a reconocer la existencia de una cultura popular, subalterna, subyacente a los procesos de la Inquisición y de las jurisdicciones civiles. Y lo importante es tener presente que esa cultura folk trató de explicar siempre la enfermedad, la esterilidad, la pérdida de las cosechas o la escasez de los animales, el poder desmedido, y se dotó de instrumentos para luchar contra estas desgracias. Tras símbolos y rituales distintos, chamanismo y brujería africana constituyen cosmovisiones humanistas, que atribuyen a los hombres y a las mujeres, no a los dioses, el poder de causar el bien y el mal."
Aurora González Echevarría
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